martes, 1 de marzo de 2011

El Mcal. López, Cristina Kirchner y el Paraguay

Por Fabio Jara Goiris (*)
El diario La Nación de Buenos Aires publicó el día veinticuatro de febrero de 2011 un editorial donde critica duramente al ejército argentino por haber decidido denominar con el nombre de Mariscal Francisco Solano López al Grupo de Artillería Blindada 2, de Rosario Tala, provincia de Entre Ríos. El referido diario dice textualmente que con esta decisión el ejército argentino “ha reconocido… presuntos méritos extraor- dinarios a quien, como mandatario de Paraguay, dispuso, en 1865, la invasión del territorio argentino, provocó enormes daños, muertes de inocentes y el cautiverio de mujeres correntinas que soportaron crueles sufrimientos por su orden, obligando a una reacción militar que costó ingentes sacrificios al país”.  
Más adelante este mismo diario bonaerense dice que no parece extraño el discurso favorable a López del ejército argentino, pues, la misma Presidente electa Cristina Fernández de Kirchner señaló a Solano López como "ese gran patriota, humillado por lo que yo llamo la alianza de la triple traición a Latinoamérica, a sus hombres y a sus mujeres". El diario La Nación concluye que: “La denominación de Mariscal Francisco Solano López a una unidad militar de un país cuya bandera el dictador paraguayo pisoteó es tan absurda como inadmisible sería que Francia o Polonia llamasen Adolf Hitler a uno de sus regimientos”. (…). “Discursos como los de la señora Kirchner o decisiones como la del Ejército no contribuyen a sedimentar las buenas relaciones entre pueblos hermanos, pues al traer al presente dramáticos desencuentros del pasado no hacen sino exacerbar las pasiones y perturbar los sepulcros de los protagonistas de remotos conflictos”.
La primera respuesta al editorial del diario La Nación ha sido escrita en forma clara y contundente por el médico paraguayo Rubén Luces León, quien reside en Buenos Aires hace más de cuarenta años. El referido galeno escribe así contra la diatriba del diario bonaerense: “En momentos de agitación, enfrentamientos, sangre y muerte en la Argentina, Francisco Solano López hijo del presidente del Paraguay Don Carlos Antonio López, y luego de la batalla de Cepeda en la que Mitre ve derrotado a su ejército por el de la Confederación al mando de Gral. Urquiza; el que sería luego presidente del Paraguay, como mediador voluntario, oficioso y eficiente, logra imponer la paz con el Pacto de San José de Flores, en cuya plaza en la actualidad se recuerda el memorable acontecimiento. Por el resultado de su gestión fue ovacionado el entonces Coronel Francisco Solano López por la población agradecida de Buenos Aires, cuyos habitantes a su paso le arrojaron flores”. 
En realidad, en su pasaje por Buenos Aires, Solano López ha conseguido del propio general Justo José de Urquiza (comandante de la Confederación argentina o de las ‘provincias unidas’) la suspensión de las hostilidades que podría llevar a la muerte a miles de ciudadanos argentinos, especialmente a los partidarios de Bartolomé Mitre (que ya venía de una derrota en la batalla de Cepeda). Como resultado de este proceso de tregua, Solano López emerge como el único mediador extranjero del pacto de paz sellado el día 11 de noviembre de 1859 denominado de ‘Pacto de San José de Flores’. La ciudad de San José de Flores, en la provincia de Catamarca, fue escogida para la firma de dicho pacto ya que el propio general Urquiza estableció su campamento en esa localidad. La firma de Francisco Solano López consta al pie del pacto; cuya importancia fue poner un punto final a la larga contienda entre el denominado ‘Estado de Buenos Aires’ y la entonces ‘Confederación Argentina’. Cabe resaltar algunas consecuencias significativas del ‘Pacto de San José de Flores’: el ejército nacional se retiraba de la provincia de Buenos Aires; se inició la discusión sobre una futura Convención Nacional Constituyente; el territorio de Buenos Aires no podría ser dividido sin el consentimiento de su Legislatura y se establecía una tregua de las hostilidades seguida de una amnistía para las personas involucradas en la lucha civil. 
Solo este hecho ya puede hablar en favor del espíritu de generosidad y de profundo compromiso con la paz entre pueblos hermanos que se anidaba en la consciencia y la voluntad de Francisco Solano López. Apenas este pasaje de la historia ya puede demostrar su afecto y su amistad para con el pueblo argentino y en consecuencia le daría razón tanto a la Presidente Cristina Kirchner como al ejército argentino de recordar y homenajear la memoria del entonces general paraguayo.
Sin embargo, cinco años después de la firma del ‘Pacto de San José de Flores’, Solano López no ha tenido otra alternativa que invadir Corrientes (en abril de 1865). Este pasaje de la historia merece un análisis más detallado.
En el Uruguay de entonces estaba en el poder el Partido Blanco, del caudillo Bernardo Berro, en porfiada e irreversible guerra civil con el Partido Colorado de Venancio Flores, apoyado éste militarmente por el Brasil. El Partido Blanco, de Berro, ya mantenía relaciones amistosas con el Paraguay desde el tiempo de Carlos Antonio López, el padre de Francisco Solano. Este gobierno blanco de Uruguay recibió una nota provocativa del gobierno del Brasil, amenazando con acciones militares. Los brasileños decían que los blancos del Uruguay no respetaban sus fronteras en la región de Rio Grande do Sul y frecuentemente surgían conflictos con los estancieros brasileños llamados gauchos. A parte de eso, el Brasil se sintió ofendido por supuestos malos tratos que recibieron sus diplomáticos por parte de los blancos uruguayos.
Lo que resalta de este proceso litigioso son dos aspectos: 1) la porfiada decisión del gobierno brasileño de apoyar al caudillo colorado Venancio Flores e intervenir militarmente en el conflicto interno del Uruguay para derribar al gobierno de los blancos e imponer un nuevo gobierno favorable a sus intereses. Chiavenato (1984), dice que Venancio Flores era un personaje rastrero; un ‘caudillo criminoso’ y 2) el impresionante ahínco y empeño del gobierno uruguayo de los blancos para obtener la intervención del presidente paraguayo Solano López en el conflicto con los colorados (aliados de los brasileños). En ese sentido, durante el año 1864, innúmeras cartas y despachos oficiales fueron enviados a López desde Montevideo para solicitar su intervención (Arturo Bray, 1958).
No quedan dudas, entonces, de la influencia poderosa de Solano López en la ‘Cuenca del Plata’ y sobretodo de que podría ser el elemento clave, al menos inicialmente, de una diplomacia internacional empeñada en devolver la paz en el conflicto interno del Uruguay (la lucha entre blancos y colorados) que se tornaba peligrosamente irreversible.
Sin embargo, lo que ocurría en forma concreta era de que el Uruguay se había transformado en el feudo de los brasileños rio-grandenses o gauchos y los intereses de éstos en territorio Charrúa naturalmente debería ser preservado. Para los brasileños era más lucrativo explotar el ganado en el Uruguay, donde las tierras permitían un rendimiento superior al del lado brasileño. Alrededor de 40.000 brasileños eran dueños de 30% de las tierras uruguayas y, como era lógico, insistían para que el Imperio del Brasil atacara al Uruguay con la finalidad de derribar al gobierno constitucional de los blancos y llevar al poder a Venancio Flores, aliado de los brasileños. Debe enfatizarse que este gobierno blanco les prohibió a los brasileños la práctica de la esclavitud; al mismo tiempo en que aumentaba los impuestos para los extranjeros sobre ganado y tierras en el Uruguay (Jara Goiris, 2004).
Una visión más estratégica del conflicto ofrece una información contundente: unos de los objetivos del ataque brasileño al Uruguay era preparar la guerra contra el Paraguay, que era favorable al gobierno de los blancos. El objetivo era tratar de cerrarle el paso a López al estuario del Río de la Plata. Por otro lado, el gobierno argentino de Bartolomé Mitre (que se presentaba disimuladamente como un país neutro en relación al conflicto uruguayo) ya se mostraba completamente favorable a las acciones militares de los brasileños en tierras uruguayas.
De por medio estaba el embajador británico Edward Thornton declaradamente anti paraguayo. En una carta, de fecha 6 de setiembre de 1864, Francisco Solano López llego a escribir al también diplomático paraguayo Egusquiza: “Se me dice que el señor Thornton ha modificado mucho sus simpatías hacia nosotros, trasladándolas hacia la política del Brasil y del general Mitre…”. (Arturo Bray, 1958). Así, es imprescindible considerar también el interés que tenía Inglaterra en el sentido de conseguir una apertura para su comercio en el Paraguay, un país económicamente “cerrado” e “independiente” desde el tiempo del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. El Paraguay tenía el monopolio estatal no solo de la producción, sino de la tierra y de las principales estructuras productivas. Este sistema de centralización estatal, casi de tipo socialista – que se habría iniciado con el modelo de cooperativas de las estancias de la patria instituido por el Dr. Francia –, conspiraba contra las ideas liberales que era la moda en Europa.
Volviendo al conflicto uruguayo, recuérdese que el 6 de mayo de 1864 llegó a Montevideo el diplomático brasileño José Antonio Saraiva, enviado por el emperador del Brasil y por terratenientes como el Barón de Mauá. Se supo después que Saraiva no pretendía, en realidad, conseguir concesiones del gobierno oriental, sino, por el contrario, tener, en la negativa charrúa, el pretexto para la intervención armada, cuyo objetivo último era la (re)anexión del territorio al Imperio del Brasil. Así, la situación se complicó, en 1864, cuando el gobierno del Brasil decidió intervenir en el conflicto uruguayo. Esta orientación brasileña, antes que solucionar el problema del Uruguay, era mostrar su presencia en el Río de Plata.
En ese contexto, Chiavenatto (1984), dice que la llamada “misión Saraiva”, que consistió en la presencia del diplomático brasileño Antonio Saraiva en Buenos Aires; resultó en la firma del Tratado Elizalde/Saraiva, entre el Brasil y la Argentina, el 10 de agosto de 1864. Este tratado –que era también secreto– tenía por objetivo intervenir en el Uruguay y rectificar su política interna. En otras palabras, dar carta blanca, por un lado, al ejército de Venancio Flores, compuesto también por brasileños y, por otro, al Almirante Tamandaré, cuya escuadra militar llegó a destruir la ciudad de Paysandú, Uruguay. Era un tratado cínico y brutal.
Sobre esta serie de forcejeos el historiador paraguayo Luis G. Benítez (1987) se refiere a la nota de advertencia de López al gobierno brasileño: “Al mismo tiempo, la cancillería paraguaya entregó al ministro brasileño en Asunción, Viana de Lima, la célebre nota del 30 de agosto de 1864, por la que advertía al Brasil que la ocupación del territorio uruguayo por tropas brasileñas sería considerada como causa de guerra en el Paraguay”
A pesar de la importancia de la nota del 30 de agosto, que era un ultimátum del Paraguay al Brasil, las fuerzas revolucionarias uruguayas del partido colorado de Venancio Flores cosechaban victorias sobre los blancos, con la ayuda brasileña. Más todavía: las fuerzas brasileñas invadían abiertamente al Uruguay. La marina del Brasil bloquea a Montevideo.
Chiavenatto (1984), dice que la intervención brasileña en el Uruguay fue un mero pretexto para iniciar la guerra. En realidad, el problema de fondo era económico-expansionista y se fundamentaba en que la clase dominante de Buenos Aires, como también la nobleza del imperio del Brasil, buscaban ampliar sus dominios, además de prestarse para mantener una situación favorable a la industria británica que, en última instancia, era “...abastecedora de productos manufacturados e importadora de materia prima”.
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(*) El autor es paraguayo, profesor de la Universidad Estadual de Ponta Grossa, Brasil; máster en Ciencias Políticas por la UFRGS, Brasil y autor del libro: ‘Paraguay: Ciclos Adversos y Cultura Política”, Asunción, 2004.